angdeorum - Cuervos de papel
Cuervos de papel

Con un beso me liberó de la cárcel del dolor| IG: @Angelicabarrenoc ☝️ Español/English

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El Amor Me Hace Ms Fuerte En Medio De Mi Vulnerabilidad

El amor me hace más fuerte en medio de mi vulnerabilidad


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9 years ago

Raccon City(fanfic)-por Ang Deorum

           Esamañana, bajo la normalidad aparente de una numerosa ciudad aislada entre las lúgubres montañas selladas con símbolos rojiblancos, Scott hacía su ronda en el centro.

           Tres adolescentes salieron a la carrera de una licorería. Reían y se empujaban entre ellos.

           --¡Alguien que los atrape!—gritó el dueño del local— ¡Son unos ladrones!

           Scott habló a través de la radio en su hombro y corrió tras los jóvenes.

           Los chicos reían a carcajadas y se metieron en uno de los centros comerciales más grandes de la ciudad. Scott los siguió fielmente, empujando a la multitud y manteniendo el equilibrio de sus botas de seguridad sobre el lustroso suelo de mármol.

           Los transeúntes soltaban gritos de sorpresa cuando la persecución los dejaba en medio. Scott no podía creer que su trabajo de aquella mañana fuera correr tras un grupo de jovenzuelos descarriados. ¿Acaso había pasado tanto tiempo en la academia de policía para correr tras tres adolescentes?

           Después de unos minutos más de carreras, Scott logró atrapar a uno de los chicos, los otros dos fueron frenados por dos vigilantes del establecimiento que lo ayudaron.

           --¿Qué estaban buscando con esto? ¿Eh? ¿Correr como perdidos por las calles los hace sentirse bien?—gruñó el joven policía mientras arrastraba por el brazo al joven que no se quedaba quieto. Debía de estar drogado, pues sus ojos se perdían, y su rostro pálido y cubierto en sudor era un reflejo del temblor que le recorría el cuerpo.

           --¿Con qué coño se drogaron estos?—bufó uno de los vigilantes. Scott aumentó la presión alrededor del brazo del chico, quien profirió un gruñido desde lo más profundo de la garganta y se estremeció con violencia. Scott perdió la fuerza por un segundo, y el chico cayó en el suelo, convulsionando.

           --¿Qué demonios…?

           El cuerpo de facciones delgadas y anémicas del joven se retorcía en el piso de mármol con una violencia inhumana al tiempo que sonidos escalofriantes se combinaban con la terrorífica y confusa escena que transcurría a plena luz del día en aquella ciudad conocida por su pacifismo y la benevolencia de sus habitantes.

           Varios curiosos se acercaron a ver la escena, pero los vigilantes de redor los mantuvieron a raya.

           --¿Qué le pasa?—uno le preguntó a Scott, quien sin poder entenderlo tampoco, se encogió de hombros. Sus delgados labios estaban entreabiertos y su garganta hacía eco de sus pulsaciones.

           Un grito hizo que el joven oficial volviera la mirada hacia los otros dos chicos, quienes parecían imitar al primero, sacudiéndose y replicando la tenebrosa mezcla de gruñidos y quejidos.

           Scott habló a través de su radio con sus superiores. La R.P.D. estaba acostumbrada a lidiar con jóvenes yonquis que tenían ataques epilépticos, pero él no había escuchado durante su formación o sus años de residencia en la ciudad, que tres tuvieran los ataques al mismo tiempo.

           --¡Se quedó quieto!—gritó una señora. Un vigilante la hizo alejarse, pues con sus redondos ojos de par en par, había sobrepasado la línea marcada por los agentes de seguridad. Scott miró de nuevo al joven pálido que había estado arrastrando del brazo, para conseguirse con que ni siquiera su pecho se movía, las aletas de la nariz, o su diafragma. No había un solo musculo en su delgado y larguirucho cuerpo que hiciera creer que seguía respirando.

           --¡Está muerto!—gritó la misma mujer, el rumor se extendió como la pólvora entre la multitud, quienes a pocos segundos reaccionaron alzando la voz exasperados, reclamándole a Scott que hiciera algo.

           El joven de uniforme azul con negro se inclinó sobre el cuerpo inmóvil del adolescente y, con la mano temblorosa, posó dos dedos sobre la arteria carótida; como era de esperarse, Scott no percibió ni un latido. Al contrario, el cuerpo y la piel de aquel chico estaban tan secos, rígidos, fríos, que parecía que llevara horas muerto.

           Scott se irguió casi en un salto, sabía que la sensación helada no se iría de sus dedos con facilidad. Una vez más usó la radio para comunicarse con los refuerzos que no llegarían jamás.

           Una bola de fuego se alzó afuera, haciendo estremecer a todos los presentes. El fuego se elevó hasta el infinito y los gritos no tardaron en combinarse entre ellos, reflejando la incertidumbre.

           Por la radio de Scott se escuchó una voz entre cortada:

           --Agente Meyers aquí… solicito refuerzos al área doce… edificio de prensa…--disparos, gruñidos, gritos histéricos—una horda de individuos…--más disparos, un golpe seco y los gruñidos ensordecedores--¡No se mueren! ¡Disparé cuatro veces al pecho y no se muere!

           La transmisión se cortó con un chasquido similar al de un hueso al romperse.

           Scott volvió a prestar atención a quienes corrían a su alrededor. Los vigilantes gritaban intentando controlar la multitud y uno de ellos le decía algo, estaba tan cerca, que podía sentir el aliento almizclado golpeándole la cara. Por más cerca que estuvieran uno del otro, y por más alto que el hombre gritara, Scott no podía escucharlo. Sus ojos se dirigieron al lugar donde el adolescente había convulsionado y su corazón casi se paralizó con la sangre congelándole las venas cuando no vio el cuerpo. De forma instintiva buscó a los otros dos.

           --¿Dónde están?—gruñó Scott con sorpresiva autoridad.

           --¿Qué?—respondió el vigilante.

           --Los adolescentes—Scott señaló el lugar donde debería estar cada uno--¿Dónde están?

           --¡Estamos en medio de una emergencia, agente Carter! ¡¿Acaso cree que me importa donde están los cuerpos de tres malditos drogadictos?!

           Scott se alejó del vigilante sin despegar los ojos del lugar donde había caído el larguirucho adolescente.

           El vigilante gritó como si le hubieran arrancado el alma de un tirón, y Scott volvió su atención a él. La sangre bañaba su traje blanco con negro mientras sus ojos quedaban en blanco. Un tajo enorme de carne, musculo, tendones y venas fue arrancado de su cuello, abriéndole el camino a la hemorragia que hizo que su cuerpo cayera como un costal de huesos en el suelo. La sangre formó un charco a su alrededor tan rápido que parecía que había estado ahí, esperando a que él cayera. Scott retrocedió con los oídos desconectados y las manos temblando.

           Una chica de unos quince años masticaba con voracidad lo que le acababa de arrancar al hombre que había estado hablando con él unos segundos antes. Scott reprimió la bilis cuando la chica se lanzó sobre el cadáver del vigilante para tirar de otro trozo de piel, esta vez de la cara, y comérselo como si de un maravilloso manjar se tratara.

           Alguien le chocó el hombro con violencia, casi haciéndolo caer, Scott levantó la cabeza y percibió el celaje de un hombre de espalda ancha que vestía una chaqueta de cuero negro; pero no era momento de reconocer a nadie, era momento de largarse de ahí. Tenía que largarse mientras pudiera.

           Localizó la puerta principal del centro comercial, a lo lejos, más allá de la multitud que corría sin rumbo fijo y era derribada por caníbales inhumanos que se los devoraban sin compasión y con adoración.

           La nueve milímetros en su cintura, de repente pesaba una tonelada. La empuñó con manos resbaladizas y corrió. Corrió con el corazón en la boca, con la sangre en cualquier lugar menos en las venas.

           --¡Ayuda!—gritó una mujer en alguna parte. Se suponía que él se había preparado para responder a esa palabra, pero ahí estaba, corriendo para salvarse a sí mismo, ignorando la petición de alguna anciana o niña que no podría valerse por sí misma en un caos como aquel.

           Cuando la luz de la calle principal de aquella zona de Raccoon City se hacía más incandescente, y los ojos oscuros de Scott podían percibir las formas de los automóviles a prisa, y el dulzor de los mazapanes recién hechos en la panadería del otro lado de la calle se arremolinaba en su nariz y boca, dos pares de férreas manos lo tomaron de ambos brazos y lo derribaron con estrepito, chocando su espalda contra el frio y resbaladizo suelo de mármol.

           Scott se sacudió contra las manos de dedos largos y fríos que querían inmovilizarlo. Había gruñidos y gritos, el joven no pudo identificar a quien pertenecía cada uno.

           Con todas sus fuerzas Scott empuñó su parabellum y disparó dos veces. Una a cada uno de sus atacantes, estos retrocedieron y él se puso de pie. Los apuntó de nuevo, y se consiguió con dos de los adolescentes que habían muerto hacía lo que parecía una eternidad. Ambos chicos tenían tremendos orificios, la chica en el pecho, y el otro en el abdomen. Scott sabía que aquellos tiros habrían matado a cualquiera, pero también sabía que esos jóvenes habían muerto antes, por lo que la ausencia de sangrado no le sorprendió; su sangre debía de estar coagulada, y por alguna maldita razón infernal, tenían más fuerza de la que seguramente tuvieron cuando eran humanos.

           Los jóvenes se pusieron de pie casi después de que habían retrocedido y lentamente se acercaron a Scott, como esperando que éste hiciera un movimiento violento para lanzarse sobre él una vez más. Sus ojos eran blancos y las venas azules y verdes resaltaban bajo sus rostros deformados y ensangrentados.

           Scott los apuntó con un movimiento brusco de brazos y el que una vez fue un chico, gruñó, sacudiendo el labio superior, dejando al descubierto los dientes cubiertos de sangre y residuos de tejido humano.

           --¡No me tendrán!—gritó Scott, en medio de un mar de emociones encontradas con la adrenalina de tener el arma en sus manos. Disparó justo en la frente de ambos individuos, volándoles el tejido del difunto cerebro.

           El poder que Scott sintió a continuación, hizo que sus labios se curvaran en una sonrisa lobuna, pues los cadáveres de aquellos individuos quedaron tendidos en el suelo, muertos por segunda vez; esta vez de seguro.

           --¡¿Quién es el maldito jefe ahora?!—gritó agitando los brazos a sus lados, como si los difuntos pudieran verlo regocijarse en su victoria. --¡¿Quién es el maldito jefe ahora, hijos de puta?! ¡¿Quién?!

           Escupió en la cara de ambos, y se dio media vuelta hacia su libertad.

           Sus ojos no tuvieron la suficiente rapidez para elevarse hasta el rostro del larguirucho y casi amarillento cuerpo que se lanzó sobre él, clavando las fauces en su garganta, gruñendo desde lo más profundo de su vacío ser, disfrutando el placer de arrancarle la piel. Scott gritó y disparó varias veces, en todas direcciones. El joven larguirucho lo derribó y lo mantuvo en el suelo blanco y lustroso que pronto se llenó de carmesí viscoso y oscuro.

           En menos de mediodía, y a pesar de los esfuerzos incansables de las fuerzas especiales de la R.P.D. y del departamento contra el riesgo biológico de Umbrella, Raccon City sucumbió ante el poder de un virus invisible que convirtió una pacífica y añorada ciudad, en un infierno de muerte, caos y destrucción. Un alba escarlata cerró aquella tarde del 28 de septiembre, para darle paso a una noche en la que ninguno de nosotros quisiera verse involucrado.


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9 years ago

Penoso Solitario (por Ang Deorum)

           Penoso el cielo que vacío me observa, jurando venganza cuando mi alma manchada se cansa de palpitar con ligereza en medio de una turba grisácea llena de quejidos solitarios.

           Penoso el sol pálido y decepcionado que camina a mi lado, tratando de ayudarme a ver lo que mis limitados y deseosos ojos no pueden percibir por sí solos. Este sol pesado y triste se posa sobre mi cabeza todos los días, y se acuesta confuso por mi renuencia a mirarlo ni siquiera un segundo.

           Penoso y desdichado el aire que respiro, pues he despilfarrado la vida que me otorga y él aún no se marcha; masoquismo sin correas. Atados el uno al otro estamos, y sin embargo no nos tocamos.

           Penoso el centro de mi pecho, aquel que me da sustento y me mantiene de pie. Su bondad la he despreciado y su verdad la he mal trajeado.

           Solitario he de andar, solitario como un ermitaño ignorante, porque respuestas y preguntas no tengo. Solo un espacio en blanco que se niega a sucumbir, causa de algún maleficio que este mundo desconoce y odia.

           Si otros como yo existen, penoso el suelo que pisamos, porque vida desperdiciamos y muerte retrasamos.


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6 years ago

“No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”.

Horacio Quiroga - "Decálogo del perfecto cuentista", Babel, 1927. (via desdelahabitacion)

6 years ago

Ella

Ella, con esos ojos color noche y ese semblante de flameante atardecer, se coló por las esquinas de un muro que prometía protegerme de cazadoras de corazones que flanqueaban el silencio con una sonrisa provocadora que se llevaba mi cordura.

Ella, con esa mirada de ángel y esa sonrisa escondite de intenciones, me hizo creer que iba a dejarme ser la dueña de su alma. Un alma que tenía más resguardos que cualquier palacio real.

Ella, con suspiros pensativos me dejaba deseando más de su compañía. Ella y su búsqueda incierta hizo que le ofreciera un sentimiento que no supo manejar. Un sentimiento que floreció en medio de un incendio voraz que arrasó con todo a su paso. Con todo menos esa flor que le entregué pero que nunca me devolvió.

Ella y sus miedos, ella y sus certezas, ella y su inocencia que no necesariamente se refería a su pureza, logró hacerme entender que no todos entienden lo que les ofrecen. No todos entienden que enamorarse es mucho más que gustarse.

Ella, única y real, valiente y leal, indecisa y temblorosa, confundida y extasiada.

Ella, refulgente y exaltante mujer de deseos dubitativos que sin esperarlo se desvaneció en el horizonte, dejándome una estela de preguntas con una sola respuesta: miedo.

Quizás ya no nos veamos pero siempre estará en mi mente, tal vez no de forma recurrente pero si de manera inconsciente, pues su huella, aunque fugaz, no se borrará.

Ella es de esas que aunque no lo pretendan, dejan marcas en tu piel y alma. Marcas que no van a desaparecer aunque su nombre se disipe en tu mente y no se acerque por mucho tiempo a tu boca.

Como ella hay muchas, pero de su talla, ninguna.

Quizás lo vivido no fue tanto, pero lo que duró fue mágico y la magia perdura. La conexión existió, y aunque el miedo nos separó, su presencia al igual que su ausencia, marcaron punto y aparte en mi corazón.

Ella, con su vendaval acabó con el fuego, y como el invierno con la primavera, se diluyó inesperadamente entre mis suspiros. Dejando tras sí, un valle que de las cenizas se ha reactivado. Gracias a ella, más de una flor ha nacido y aunque su calor se marchó, el mío volvió a surgir, más fuerte y más próspero.

A ella: gracias por una tormenta eléctrica que reanimó los latidos de este sentimiento insondable que hoy conozco con más firmeza y cuya presencia hizo que se marchara la tristeza.

Ella

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6 years ago
Mysterious Mouth Appearing In The Back Of My Nurse By Salvador Dali (1941)

Mysterious Mouth Appearing in the Back of My Nurse by Salvador Dali (1941)