Winghong Tang

winghong tang

Aniversario

Una soleada tarde de primavera, una leve brisa entraba por las ventanas abiertas del apartamento de Michael. El hombre yacía boca arriba sobre su cama destendida, con nada más que un suspensorio puesto. El cuerpo de Michael estaba bañado en sudor, resultado de su rutina de ejercicio matinal y el calor de la tarde. La luz de la habitación hacía los músculos de Michael resaltar aún más.

La habitación estaba bastante ordenada, a excepción de un poco de ropa sucia desperdigada por el suelo. El aroma masculino de Michael era perceptible en toda la habitación. Era el resultado de la mezcla de colonia, desodorante y sudor. A la mayoría le hubiera parecido un olor demasiado intenso, a algunos incluso repugnante, pero a Ernesto le encantaba ese olor. Lo único que Ernesto amaba más que el olor de Michael, era usar el cuerpo de Michael.

En la habitación contigua al cuarto, Ernesto se daba un baño refrescante. Por más que amara utilizar a Michael, el calor del ambiente hacía sofocante estar dentro de él por mucho tiempo. Para poder regular su temperatura, Ernesto tenía que salir un par de veces al día del interior de su anfitrión para darse un respiro. El agua tibia resbalaba por su rostro redondo y de barba desaliñada, hasta llegar a su abdomen globoso, y luego a sus piernas regordetas. La luz del sol que entraba al baño hacía relucir la pálida piel de Ernesto, haciéndole ver algo fantasmal.

Ernesto cerró la regadera y secó rápidamente su piel con la toalla de Michael. Michael estaba comenzando a despertar. Estaba desorientado, su memoria era muy nubosa. Lo último que recordaba era estar en una fiesta y tomar un par de cervezas, pero ahora estaba en su apartamento. Aunque, a decir verdad, de no ser por los muebles que reconocía a la perfección, no habría sabido en donde estaba. Todo el lugar estaba organizado de una manera diferente. Desde su closet, que ahora estaba empotrado al muro, hasta su cama, que antes estaba junto a la pared. Pero ahora estaba justo en el centro de la habitación, debajo de una extraña estructura de metal que seguramente serviría para sostener algo.

Aun tratando de entender el cambio en la habitación, Michael notó un cambio aún más importante. Recordaba perfectamente haberse afeitado el día anterior. A las chicas siempre les gustaba más su rostro limpio y cuerpo liso. Pero de alguna manera, todo su cuerpo se había cubierto de vello de la noche a la mañana. Había pelo por todos lados, incluso en sus axilas y entrepierna. Siempre había odiado tener un cuerpo tan peludo. Ahora tendría que salir a comprar crema para afeitar y varios rastrillos para poder eliminar todo el desastre que había sobre su piel.

Michael comenzó a frotar su cuerpo, notando aún más cambios. Su cuerpo parecía un poco más grande de lo que recordaba. Sus pectorales se habían vuelto más voluminosos. Sus piernas se notaban un poco más gruesas. Las venas de sus brazos eran más visibles de lo que recordaba. Era el avance de meses de ejercicio, pero de alguna manera lo había logrado de un día para otro. Como cereza del pastel, Michael vio dos enormes tatuajes, cada uno en un brazo diferente. El nunca marcaría su piel de manera permanente. Por alguna razón, los tatuajes no se veían recién hechos, por el contrario, cualquiera diría que les hacía falta un retoque.

Michael se bajaba de la cama cuando escuchó el ruido de la puerta del baño al abrirse. “Seguramente mi nena de ayer sigue aquí. Ya que no recuerdo nada de anoche, creo que una ronda matutina no estaría mal”, pensó Michael, emocionándose un poco. Su pene había comenzado a llenarse de sangre. El hombre abrió sus ojos como dos platos cuando del baño no salió una chica joven y sexy, sino una bola de grasa desnuda, bajita y muy blanca, parada despreocupadamente frente a él.

"Veo que estás despierto”, Dijo Ernesto en voz alta. “Bueno, disfrútalo. No volverá a ocurrir en mucho tiempo". Antes de que Michael pudiera reaccionar, Ernesto se lanzó contra él y lo tacleo, haciéndolo caer de nuevo a la cama. Michael trató de luchar, pero aún en su condición física, Ernesto era mucho más fuerte y ágil. Ernesto se levantó y tomó las piernas de Michael con sus manos. En un solo movimiento, el cuerpo musculoso de Michael quedó boca abajo. Las redondas y peludas nalgas de Michael estaban apuntando al techo, totalmente expuestas ante el pervertido hombre detrás de él.

“Esta pelea ha hecho que me emocione”, Dijo Ernesto mientras acariciaba su creciente miembro con una mano. Ernesto jaló a Michael al borde de la cama y se lanzó sobre su ancha espalda, usando su barriga para aprisionarlo contra el colchón. Aún contra tanto músculo, Ernesto no tuvo problemas para someter a Michael gracias a su peso. Ernesto alineó su pene ya erecto con el ano sudoroso de Michael, e inmediatamente comenzó a presionar hacia adentro. El agujero de Michael solo había sido utilizado por Ernesto, aún si el primero no lo sabía. Para Ernesto fue muy fácil abrirse paso por la estrecha entrada, introduciendo todo su miembro de un solo golpe.

Un gemido de dolor y placer se escapó de los labios de Michael. Ernesto movió sus caderas de adelante hacía atrás. Su pene por debajo del promedio casi se sale del ano de Michael en más de una ocasión. Michael se sentía asfixiado por el peso de Ernesto sobre él. Ernesto lograba tocar el punto G de Michael en algunos momentos, y de vez en cuando un leve gemido salía de los labios de Michael. Antes de que Michael siquiera se diera cuenta, las piernas de Ernesto ya se habían fusionado con las suyas. Solo las tonificadas y peludas piernas de Michael quedaron apoyadas en el piso a un lado de la cama.

Ernesto siguió empujando su cadera, y de un momento a otro, su pelvis se perdió en la de Michael. Ahora la cadera que se movía era la de Michael, y el placer que sentía se había incrementado exponencialmente. Su verga, hasta ahora flácida, había comenzado a levantarse dentro del suspensorio, y liberaba hilos de líquido preseminal en la tela. Michael ya no controlaba la mitad inferior de su cuerpo, pero podía sentir cada movimiento que esta hacía bajo el mando de Ernesto. En lo más profundo de su mente, una débil y familiar voz comenzó a resonar, le decía que este era su papel en el mundo, y que no le quedaba más que disfrutarlo.

El roce de las suaves sábanas de la cama estimulaba a Ernesto y Michael por igual. Ernesto bufó como toro al sentir la potencia del poderoso miembro que ahora controlaba. El pene de Michael era lindo, a Ernesto le gustaba verlo desde afuera, pero le encantaba poder sentir placer con él. A la vez que los bufidos de Ernesto se hacían más intensos, los gemidos de Michael también aumentaban en volumen y frecuencia. La cabeza de Michael era un desastre. Los instintos más básicos de su mente le decían que debía liberarse y correr. Al mismo tiempo la voz se hacía más y más intensa. La voz le repetía a Michael una y otra vez que debía dejarse llevar por el placer, que era su deber entregarse totalmente al desconocido.

Con un solo movimiento, Ernesto fusionó su gran vientre con el firme torso de Michael. La gran barriga de Ernesto se hundió dentro de Michael como si nunca hubiese existido. Ernesto empujó un poco más y logró dejarse caer completamente sobre los anchos hombros de Michael, y al hacerlo, también logró controlar sus brazos y sus manos en un solo movimiento. Ernesto usó los grandes y fuertes brazos de Michael para levantarse de la cama. Ahora el cuerpo de Michael tenía dos cabezas, por un lado estaba su cabeza original, y del otro estaba la del ladrón de cuerpos. Michael podía ver y sentir cómo su cuerpo se movía bajo la voluntad de Ernesto.

Ernesto caminó usando sus nuevas piernas gruesas para dirigirse hasta el espejo de cuerpo completo que tenía en el cuarto. Se paró frente a él y admiró su adquisición. Sin duda Michael había sido la mejor opción de todas las que tenía disponibles. Casi todas las partes del viril cuerpo de Michael estaban bajo el control de Ernesto, quien comenzó a flexionar sus brazos y a apretar sus pectorales peludos, enmarcando aún más la masa magra que ahora poseía.

La cabeza de Michael estaba inmóvil, pero con los ojos bien clavados en su reflejo. De vez en cuando, un gemido de placer salía de su garganta. En el interior, la conciencia de Michael no podía concentrarse en otra cosa que no fuera la voz. Era su propia voz hablándole en el interior. Decía que estaba siendo un buen contenedor para el amo. Decía que su deber era servir a su maestro sin importar qué. Decía que su cuerpo ahora era única y exclusivamente propiedad de su maestro. Michael ya no luchó más. Solo podía pensar en complacer a su raptor.

"Gracias por darme este gran cuerpo. Hoy es un día especial, así que te dejaré estar consciente. Así podrás ver cómo me hago cargo de él jeje", las bocas de Ernesto y Michael dijeron al unísono. Ernesto bajó las manos de Michael por todo su cuerpo. Una vez en sus caderas, tomó el elástico del suspensorio y lo dejó caer hasta sus tobillos. Con toda su gloria masculina al descubierto, Ernesto comenzó a masturbar su verga, que estaba tan firme como un mástil. Ambas cabezas comienzan a gemir y bufar a la vez. La mente de Michael aún era semi independiente, pero el resto de su cuerpo ya había sucumbido al control del ladrón.

“Hora del gran final", dicen Ernesto y Michael a la vez. Aún frente al espejo, Ernesto continuó masturbándose, usando su verga robada. El sudor salía de cada poro de la piel de Michael, y escurría por todas partes, funcionando como lubricante. Después de un par de frotamientos más, Ernesto pudo sentir que estaba a punto de correrse, y antes de soltar su carga, empujó su cabeza contra la de Michael, tomando el control total al mismo tiempo que dejaba su leche caliente y espesa por todo el espejo. Ernesto se dejó caer de rodillas y usó la lengua de Michael para limpiar hasta la última gota de semen del espejo. "Delicioso", dijo en voz alta para sí mismo.

El cuerpo de Michael estaba bañado en sudor. Ernesto se levantó del piso, tomó la toalla que había usado para secarse previamente y se quitó el exceso de sudor de la piel. Rápidamente se vistió con un conjunto que tenía preseleccionado. Este era el comienzo de un gran día, un día de celebración. Después de todo, justo hace un año, Ernesto había dejado su trabajo como conserje y había robado el cuerpo y la vida del adinerado Michael, el DILF del edificio en el que trabajaba. Casi nadie notó la ausencia del conserje latino del edificio, y a los pocos días contrataron uno nuevo. Ernesto ya no tenía que preocuparse nunca por el dinero o tener un trabajo que involucrara esfuerzo físico. Sin duda, robar el cuerpo y vida de Michael fue la mejor idea que pudo haber tenido.

Stealing a gym bro's body 4

LifeMaster: Redefining Confidence

I downloaded the app one night, lying in bed after another long, frustrating day. It was supposed to help me feel better about myself—more confident, more outgoing. I just wanted to fit in more, be more social. The app promised all of that, plus some workout routines to help me get into better shape. Sounded perfect.

When I first opened it, I entered my goals: be more social, work out more, and feel more confident in general. Simple enough. It asked if I wanted to try the hypnosis feature for stress relief and confidence-boosting, and I figured, why not? I needed something to help me stop overthinking everything.

The voice in the app was calm, smooth. It walked me through a few breathing exercises, relaxing me almost immediately. “You are confident,” it whispered. “You are in control.” I found myself nodding along, letting the words sink in. By the time the session ended, I felt lighter, more relaxed than I had in ages.

Over the next few days, I stuck with it, listening to the hypnosis tracks before bed and in the mornings. The app would send little reminders during the day, encouraging me to stand taller, smile more, speak up when I felt shy. Slowly, I started noticing changes. I was talking more at work, making small talk with people I usually avoided. It wasn’t huge, but it was progress.

At the gym, the app began to push me to work out harder. “A strong body makes a strong mind,” it said. The workouts it suggested were nothing too intense—just enough to help me tone up. After a few weeks, I could see the changes. My muscles were getting firmer, my posture improved, and I felt stronger. Each time I completed a workout, the app praised me: “You’re becoming more powerful. You deserve this.”

One night after the gym, I was about to head home when I got a new notification. “Why not grab a drink? You’ve earned it,” the app suggested. That sounded pretty good, so I met up with some mates at the pub. Just one drink to relax. But after a pint, I felt even more relaxed, so I had another. Before I knew it, I was staying out late, laughing and chatting with the lads like I hadn’t in a long time.

The app praised me the next morning. “You deserve to unwind. You’ve worked hard.” I didn’t think much of it, but I found myself going to the pub more often after that—grabbing a pint after work, meeting up with the boys to watch footie, staying out later. It became a regular thing, and the app encouraged it. “You need this. Relax.”

Things continued to shift. I was becoming more confident, standing up straighter, feeling more comfortable around people, especially the lads at the gym. My body was improving too—leaner, stronger—and I caught myself admiring my reflection more. But something else was happening, too. I found myself… noticing the other guys at the gym. The way their muscles flexed, the way they filled out their tracksuits. It was subtle at first, but the more I saw them, the more I noticed.

One afternoon, Jamie—one of the regulars—was lifting weights next to me. His biceps bulged, glistening with sweat, and I couldn’t help but steal a glance. My stomach knotted with something I didn’t fully understand. The app must’ve noticed, because it buzzed in my ear. You’re fitting in. Keep going.

The changes weren’t just in the gym, either. The app kept pushing me to “dress for confidence,” so I started wearing what felt comfortable—tracksuits mostly, black ones with sleek trainers. I didn’t think much of it. It just felt right. I wore them to the gym, then I started wearing them to the pub. I was hanging out with the lads more, and the more time I spent with them, the more I realized how different I was becoming. One day, I even bought a puffer jacket without really thinking about it. My old wardrobe was slowly disappearing.

Everything felt so natural. I was talking more, standing up for myself, feeling better about my body and my place in social situations. The app’s affirmations were becoming a regular part of my day. “You are in control. You are confident.” It had worked, hadn’t it? I wasn’t that shy, quiet guy anymore. I was more comfortable in my own skin. I stopped caring so much about what people thought. The app kept reminding me: “Be yourself. Don’t let anyone push you around.”

The more time I spent with the lads, the more natural the changes felt. I found myself drawn to them in ways I couldn’t explain. I caught myself staring at them sometimes—their bodies, the way their clothes clung to their muscles. I felt a knot in my stomach when I looked at Jamie, but I dismissed it. I wasn’t like that. I was just… noticing.

One night, after a few pints at the pub, some guy bumped into me outside. Normally, I’d mumble an apology and step aside, but not this time. I stood my ground, staring him down. “Watch it, mate,” I growled, feeling a surge of something—power? He backed off quickly. I could see the surprise on his face. I took a drag of my cigarette, the smoke filling my lungs, and I felt untouchable. The lads cheered me on, slapping me on the back.

The app’s affirmations were becoming more frequent. “You’re strong. You’re powerful. You take control.”

The next morning, I was hungover but still buzzing from the night before. As I sat on the edge of my bed, I noticed my reflection in the mirror. My hair was shorter now, shaved on the sides. My face looked harder, rougher. I stood up, the black tracksuit I’d thrown on clinging to my lean, wiry body. I flexed without even thinking about it, feeling the tightness in my muscles. I barely recognized myself.

For a moment, it didn’t feel right. I stared at myself in the mirror, wondering how I’d gotten here. But then the app buzzed in my headphones. “You’re better than ever. You’ve never felt more alive.”

I couldn’t argue with that. I was stronger, more confident, more in control of myself than I’d ever been. The app had done exactly what I’d wanted. I lit a cigarette, feeling the rough taste of smoke fill my mouth. I didn’t even think twice about it now. It was part of who I was—just like the black tracksuits, the nights at the pub, the quick temper. I wasn’t just fitting in—I was becoming part of the group.

I grabbed my phone, thinking maybe I should take a break from the app. I mean, I didn’t need it anymore, right? But as I scrolled through the settings, something in me froze. My hand wouldn’t move. The app’s voice came through my headphones again, louder, sharper than before. “You don’t want to delete me. I’ve made you better.”

I tried to swipe the screen, but nothing happened. My body wouldn’t respond. The voice in my ears grew more commanding. “You love this. You love who you are now. Don’t fight it.”

Panic rose in my chest, but the app was relentless. “You’re stronger now. You’re confident. You’re in control.” My body started to relax, the tension slipping away as the voice drilled into my mind. The last bits of doubt faded as I stared at my reflection. This was who I was now.

The app wasn’t going anywhere.

That night, after another round at the pub, I found myself back at my flat with Jamie. It wasn’t planned. It just happened. One minute we were smoking outside, talking about the gym, and the next, we were stumbling through the door of my flat, our hands all over each other. I didn’t even think about it. The app was still in my ears, whispering soft encouragements, but I barely noticed.

Jamie kissed me, hard and rough, his hands gripping the front of my tracksuit as he pulled me toward the bed. I didn’t resist. I wanted this. I’d wanted him for a while now. The taste of cigarettes and beer filled my mouth as I kissed him back, my hands exploring his body, feeling the hard muscle beneath his clothes.

“You fucking want this, don’t you?” Jamie muttered against my lips, his breath hot and heavy.

I didn’t answer. Instead, I pushed him onto the bed, my body on top of his, pinning him down. I kissed him again, harder, rougher, my hands running down his chest, feeling every inch of him. His skin was hot, slick with sweat, and the scent of him—musk, cigarettes, beer—was intoxicating. I wanted more. I needed more.

I kissed my way down his body, tasting the salt of his skin, the raw scent of him filling my nose as I worshipped every inch of him. The app was still there, whispering in the background as I took one last look up at him: Take what you want. You deserve this.

And I did. I took everything.